Sentía que la penumbra y la tristeza se cernían sobre ella. No sabía ser feliz y eso la frustraba. No podía serlo, no había solución posible, era un problema de los que no se pueden resolver, bueno, en realidad ni siquiera era un problema, simplemente era como una puerta cerrada ante sus narices. La puerta al paraíso pero sin llave, así era su vida, vacía. Buscaba esa llave sin saber que no existía, se ilusionaba y de nuevo volvía a decepcionarse al no poder encontrarla. No desistía porque la maldita esperanza que la mantenía viva, era lo único que le quedaba e inconscientemente preferiría alimentarse de mentiras, antes que morir de hambre.
No entendía nada, su mundo se desmoronaba y ella no se daba cuenta, cambiaba todo tan rápidamente que no podía asimilarlo. El tiempo corría y como siempre, en su contra. 
Una vez más se sentía impotente, pero ya estaba acostumbrada a todo eso, a llorar y sufrir, había cogido ese hábito e incluso lo veía normal. 
Si seguía buscando una llave inexistente acabaría por volverse loca y si se rendía y aceptaba el destino, no tendría nada por lo que luchar, y sin ilusiones no se vive. O hacía daño a los demás se destruía a sí misma. 
Os direis, ¡¿Qué historia más absurda?! Y yo os daré la razón: Sí, es absurdo hacer cosas inútiles, es inútil querer volar sin alas, pero cuando sólo quedan sueños rotos y una caja de recuerdos, ya no sabes qué hacer.