enganchada al vacio.

Estabas abrazado a mí. Entrelazados nuestros brazos me atrapabas contra tu pecho, y sentía como el corazón te latía. Pum, pum.pum. Dormías. Yo te curioseaba. Paseaba mis dedos por tu brazo extendido, mientras el Sol entraba por la persiana mal bajada. Él intentaba despertarte, pero tu no le hacías ni caso. De fondo, en mi cabeza sonaba nuestra canción, mis dedos te seguían acariciando, y mientras tanto miraba. Tan dormido, perteneciente al reino de los querubines, la armonía invadía por momentos la habitacíon. Y yo deseaba parar el tiempo para siempre. Pero ya ves, el tiempo no paró. Yo sigo en la misma habitación, postrada en la misma cama, el mismo colchón, pero abrazando la ausencia que dejó tu corazón. Te seguí por lo mares de tu incomprensión, rastreé los rincones mas profundos de tus contradicciones, pero fuiste tú el que me exiliaste de tus brazos, aquellos que me atraparon, y se quedaron para siempre en mi recuerdo. Descidiste apartarme de tu vida, como un simple peón en tu gran partida de ajedrez, y destronada navegué por las olas de la soledad. Allí donde me desterraste, de allí nadie, jamás, me podrá salvar.